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Chapter 69 - Preparativos para la Prueba

Dentro de una tienda en la ciudad de Trimbel, un joven con un cuervo espeluznante sobre el hombro observaba con interés las vitrinas. Estas estaban llenas de pergaminos y libros de hechizos, con precios que iban desde los más baratos —papeles viejos y arrugados— hasta los más caros, que parecían brillar con un aura extraña bajo la tenue luz del local.

Arthur se acercó a un joven dependiente y le preguntó, con tono educado:

—Disculpa, ¿me puedes decir cuáles son los precios más bajos que tienen estos pergaminos?

El vendedor lo miró con expresión desdeñosa, inspeccionándolo de pies a cabeza. Aunque no parecía un vagabundo, tampoco tenía el aire de un joven rico. Al notar al cuervo sobre su hombro, se estremeció por un momento, aunque se esforzó por mantener la compostura.

—Los pergaminos más baratos son de nivel uno y cuestan entre tres y cinco monedas de oro —respondió con tono neutral.

Arthur se sorprendió. No esperaba que incluso los de nivel uno fueran tan caros. Recordó que el gremio los compraba a precios mucho más bajos. Al parecer, se llevaban una gran parte de las ganancias.

—Puedo preguntar por qué tienen ese precio? Verás, soy aventurero, y el gremio compra los pergaminos a un precio muy bajo. Me causa curiosidad saber por qué aquí cuestan tanto.

El joven vendedor lo miró con renovado interés al notar la placa que Arthur llevaba en el pecho. Sorprendido de que alguien tan joven fuera de rango plata, sonriendo con más cordialidad y explicado pacientemente:

—Verás, el gremio los compras baratos porque tiene que revisarlos uno por uno para asegurarse de que no sean falsos. Eso consume mucha maná por parte de un mago especializado, ya menudo resultan ser copias. Por eso los paganos tan poco. En cambio, los pergaminos que vendemos aquí ya están certificados y listos para usar.

Arthur agradecido, agradecido por la explicación.

El Lich sobre su hombro bufó y murmuró con voz grave:

—Esos malditos del gremio son unos estafadores... habría que darles una lección y lanzarles un millar de esqueletos. ¡Ka, ka, ka!

El vendedor se estremeció de nuevo al escuchar el graznido siniestro, aunque intentó mantener la calma.

— ¿Algo más que quieras saber, joven?

Arthur se sorprendió por el cambio de actitud. No sabía que el gremio tenía tanta influencia en el mundo de Lost, comparable incluso a la de la iglesia o los reinos. Además, aunque había muchos aventureros de rango plata, la mayoría eran veteranos curtidos por años de experiencia. Un joven como él en ese rango era una rareza, digno de respeto, especialmente entre aquellos que despreciaban a los jóvenes ricos y admiraban a quienes se forjaban arriesgando la vida.

—Me gustaría comprar cinco pergaminos —dijo Arthur tras un momento de reflexión.—¿De qué tipo? —preguntó el vendedor.—¿Cuál es el más barato?—Controlador —respondió el joven tras un breve silencio.—Bien, dame cinco de esos —asintió Arthur con decisión.

El vendedor se dirigió a una vitrina, de donde sacó cinco pergaminos viejos y polvorientos. Les quitó el polvo con una herramienta mágica que lanzaba una ligera ráfaga de aire, antes de entregárselos a Arthur.—Son quince monedas de oro. Tres por cada uno —dijo con tono neutral.

Arthur sacó el dinero de su bolso y lo entregó. Mientras recogía los pergaminos, señaló con curiosidad la herramienta mágica.—¿Dónde podría conseguir algo como eso?

—En la tienda de herramientas mágicas, unas calles más adelante —respondió el joven, señalando la dirección con un leve gesto.

Arthur agradeció y salió del local. Mientras caminaba por las calles, miró los pergaminos en su mano y pensó:

Primero probaré si puedo absorberlos. Si funciona, volveré por más.

Al doblar una esquina, vio una plaza donde se había congregado una multitud de jóvenes. Se acercó con curiosidad y leyó un gran afiche de tela que decía:

"El día de luna llena se abrirán las inscripciones para el ingreso a la academia".

En Lost, los meses giraban alrededor de los ciclos de la luna, y las fechas importantes se fijaban según sus fases. Cada mes duraba treinta días, como un ciclo lunar completo.

La luna llena es mañana, pensó Arthur. Bien, hoy prepararé todo para presentarme en la academia.

Con una leve sonrisa, se dirigió hacia la tienda de herramientas mágicas. Desde hacía tiempo le intrigaban, y ahora quería fabricar una usando materiales de la araña roja.

Tras unos quince minutos de caminata, llegó a un gran local con un cartel pintoresco que decía:

"Herramientas mágicas para todo uso"

Sin pensarlo demasiado, entró.

El interior era sorprendente. Vitrinas repletas de herramientas y artefactos mágicos se alineaban como en un taller mecánico lleno de repuestos, pero más ordenado y bañado por un suave resplandor de maná.

Se acercó a una vitrina y observó un guante que lanzaba pequeñas agujas. En otra, un cinturón que decía:

"Cinturón de herramientas espaciales: puede almacenar herramientas en un espacio de 4x4".

Siguió observando por un rato, aunque no encontró nada que realmente le llamara la atención.

Entonces, se acercó a la vendedora, una mujer de unos cuarenta años, de cabello castaño con mechones grises y mirada amable.

—Buenos días, señora.

—Hola, joven —respondió ella con una sonrisa.

—Quisiera saber si aquí acepta pedidos para crear herramientas mágicas.

La mujer lo miró sorprendida.

¿Quieres encargar una herramienta? ¿De qué tipo?

—Para luchar. Tengo materiales de monstruos y me gustaría usarlos para crear una herramienta mágica. ¿Es posible?

La mujer lo evaluó un momento antes de asentir.

—Sígueme.

Lo conducido a una gran sala trasera, repleta de piezas de metal y materiales diversos. En el centro, un hombre delgado trabajaba concentrado sobre una mesa iluminada por lámparas de mano.

—Cariño, este joven quiere encargar una herramienta mágica —dijo la mujer.

El hombre dejó su trabajo, se giró y miró a Arthur. Al notar su placa, preguntó con seriedad:

—¿De verdad eres un aventurero de rango plata?

La mujer, que hasta ese momento no había notado la placa, se sorprendió. Al instante, también reparó en el cuervo sobre el hombro de Arthur y, con un grito ahogado, cayó de espaldas. Por suerte, su esposo la atrapó un tiempo.

El Lich murmuró con un graznido burlón:

—Al parecer, recién notó lo feo que eres —dijo a Arthur, soltando una carcajada siniestra.

Arthur se disculpó con una sonrisa incómoda y se dirigió al hombre.

—Señor, ¿podría hacerme una herramienta mágica?

Con las inscripciones a la academia a la vuelta de la esquina y la posibilidad de forjar un arma única, Arthur daba un paso más en su camino hacia el futuro.

Fin del capítulo.

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