Cherreads

Chapter 2 - Capitulo 2:

Capitulo 2:

Durante semanas, vivió en callejones, robando comida de mercados, durmiendo bajo puentes. La policía lo buscó, sí. Salió en los noticieros. “Niño desaparecido tras accidente trágico”, decían. Pero nadie lo encontró.

No porque fuera invisible. Sino porque la magia comenzaba a protegerlo. Lo ocultaba de los ojos de los muggles. Cada vez que alguien se acercaba, la luz cambiaba. El entorno parecía desviar a los curiosos. Como si el mundo mismo conspirara para mantenerlo a salvo.

Matt no lo sabía, pero su núcleo mágico había despertado tan fuerte que creaba un campo de ocultamiento involuntario. Era un prodigio sin saberlo. Y mientras más tiempo pasaba en la soledad, más sensible se volvía a cosas que los demás no notaban.

Como los gatos que lo seguían en la noche.

O las sombras que lo espiaban desde las esquinas.

O los susurros en lenguas que no entendía.

Y así, entre calles frías y noches largas, Matt vivió los siguientes años. Sobrevivía, sí. Pero también aprendía. Leía lo que encontraba en bibliotecas públicas. Observaba a la gente con una mirada que iba más allá de su edad. Era un niño por fuera. Pero por dentro… era otra cosa.

Al cumplir diez años, Matt había cambiado.

Su cabello, antes oscuro, se había vuelto más rebelde, casi azulado bajo cierta luz. Sus ojos, más afilados. Su piel, más pálida. Caminaba con sigilo, como un felino. No hablaba con nadie. No confiaba en nadie. Y aún así… conservaba una chispa de bondad.

Ayudaba a los perros callejeros. Dejaba pan junto a los ancianos dormidos en los portales. Compartía lo poco que tenía con niños más pequeños que él.

Era fuerte. Pero no frío.

La herida por la muerte de sus padres seguía allí. Silenciosa. Latente. Pero no lo consumía. Porque en lo más profundo de su alma, algo le decía que aún no era el final de su historia. Que todo eso tenía un propósito. Y que algún día… sabría por qué.

Y entonces, un día, todo cambió.

——

Los días se deslizaban uno tras otro, como hojas caídas arrastradas por el viento. Matt, ahora con once años, ya no era el niño que había corrido solo por las calles de Londres, buscando refugio entre las sombras. Había algo en él que lo hacía diferente. Algo que comenzaba a despertar en su interior, como una llamada inquebrantable que lo guiaba.

Vivía en una vieja casa de la ciudad, un pequeño hogar que había encontrado por casualidad, en un barrio apartado, donde la gente no hacía preguntas. La casa no era suya, pero era suficiente. Estaba alejado de las miradas curiosas de las personas.

La magia estaba en sus venas. Lo había sabido desde la noche del accidente, cuando su dolor se transformó en un poder que ni siquiera él comprendía del todo. Pero había algo más, algo que lo había marcado desde que era un bebé: un vacío profundo que no podía llenar. ¿Quién era realmente? ¿De dónde venía? La respuesta aún se le escapaba.

Y mientras tanto, se entrenaba solo. Leía antiguos libros que había encontrado en tiendas de segunda mano, libros sobre magia, hechizos, y criaturas fantásticas. Aunque la mayoría eran tomos sobre alquimia o magia negra, algo lo impulsaba a leerlos. No confiaba en nadie, pero tenía una sed insaciable de conocimiento.

Una tarde de otoño, cuando el sol ya se había puesto y la oscuridad comenzaba a caer sobre la ciudad, algo extraño sucedió.

Estaba sentado en su pequeña mesa, leyendo en silencio, cuando un ruido suave lo hizo levantar la vista. Al principio, pensó que había sido el sonido de un animal, tal vez un gato o un ratón. Pero cuando se giró hacia la ventana, vio algo que lo paralizó.

Un búho. Un gran búho blanco estaba posado en el alféizar, observándolo fijamente con ojos brillantes, casi dorados. No era un búho común. Su mirada parecía conocerlo, como si ya lo hubiera estado esperando.

—¿Qué… qué quieres? —susurró Matt, sin moverse.

El búho permaneció en su lugar, inmóvil, con la mirada fija en él. Fue entonces cuando, de manera inexplicable, el animal inclinó la cabeza hacia un lado, como si lo invitara a acercarse.

Matt se levantó con cautela, sin apartar la vista del búho. Algo en él le decía que debía hacerle caso. A medida que se acercaba, el búho soltó algo que cayó con un suave susurro sobre la mesa.

Un sobre.

Matt lo recogió, extrañado. El sobre era de un color marrón envejecido, con una letra escrita a mano que parecía haber sido trazada con tinta antigua. La dirección era clara: Matt Moore, 12 Grimmauld Place, Londres.

Su corazón dio un vuelco. Nadie sabía dónde vivía. Nadie, excepto él.

Con manos temblorosas, abrió el sobre. Dentro había una carta, cuidadosamente doblada. Matt la desplegó con el pulso acelerado, sintiendo cómo su respiración se detenía al leer las palabras que estaban escritas con una caligrafía impecable:

---

"Estimado Sr. Moore,

Nos complace informarle que ha sido aceptado en la Escuela de Magia y Hechicería de Hogwarts.

Le rogamos que se presente en la estación de tren de King's Cross el 1 de septiembre a las 11:00 a.m., donde tomará el Expreso de Hogwarts hacia su nueva vida.

Esperamos verlo pronto en el Colegio, donde descubrirá lo que su corazón ya sabe: usted es uno de los nuestros.

Atentamente,

Minerva McGonagall,

Directora de Admisiones,

Hogwarts School of Witchcraft and Wizardry."

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Matt sintió como si el tiempo se hubiera detenido. El aire se volvió denso. La carta parecía haberle dado respuesta a todo lo que había sentido durante los últimos años. El vacío dentro de él, la sensación de no pertenecer, la incomodidad de su propia existencia… todo tenía un propósito.

No era solo un niño extraño con habilidades desconocidas.

Era un mago.

Una ola de emociones lo inundó, pero algo dentro de él se mantuvo firme, tranquilo. No sabía lo que le esperaba en Hogwarts, ni cómo sus habilidades mágicas se manifestarían. Pero algo le decía que no estaba solo. Que su viaje no era solo un destino.

Y en ese instante, lo entendió: su vida acababa de dar un giro irreversible. La magia no era solo un don, sino una carga. Un reto. Un desafío.

Y Matt estaba listo para enfrentarlo.

Con la carta en sus manos, Matt miró una vez más al búho. El animal, como si ya hubiera cumplido su misión, levantó el vuelo y desapareció en la oscuridad de la noche.

Matt cerró los ojos, respiró hondo y, por primera vez en mucho tiempo, sonrió. El futuro lo esperaba.

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