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Chapter 219 - Capítulo 63: El Precio del Conocimiento

El club nocturno vibraba con el pulso de la música electrónica, una maraña de cuerpos danzando bajo luces estroboscópicas. John, Costantine y Hiroshi estaban sentados en un reservado discreto, sus copas intactas, sus ojos escaneando la multitud. La espera era una carga en la tensión que los rodeaba, un contraste con el hedonismo desenfrenado del lugar.

De la nada, una mujer apareció a su lado. Era atractiva, con un vestido que apenas cubría lo esencial y una sonrisa cínica. —El Búho los espera —anunció con una voz ronca que apenas se oía por encima del estruendo. Sus ojos, afilados, se posaron en cada uno de ellos, deteniéndose un instante en John con una pizca de desdén.

Los tres hermanos se levantaron al instante, la disciplina Valmorth más fuerte que cualquier distracción. John, sin embargo, no pudo evitar la vieja costumbre. Sacó rápidamente una tarjeta de su bolsillo y se la deslizó a la chica con una guiñada vulgar. —Aquí tienes mi número, preciosa. Llámame cuando quieras un verdadero... caballero.

A unos metros de distancia, Costantine lo vio y una vena se hinchó en su cuello. —¡John, muévete de una vez! —espetó, su voz cargada de un irritado desprecio. John maldijo entre dientes, pero aceleró el paso, sabiendo que la furia de Costantine era preferible a la de Laila.

La chica solo observó a John con una sonrisa de burla antes de que su mirada se posara en Hiroshi, quien le devolvió una sonrisa casi imperceptible, fría como el hielo. Ella guio a los hermanos a través de un pasillo oculto, detrás de una cortina de terciopelo, hasta una puerta de acero. La música se atenuó, y el aire se volvió pesado, cargado con el olor a humedad y a algo indefinible.

La puerta se abrió a una habitación pequeña y tenuemente iluminada por una sola lámpara de filamento. En el centro, sentado en un sillón demasiado grande para el espacio, había una figura voluminosa. Era un hombre obeso, cuya cara estaba completamente oculta por una máscara de búho elaboradamente tallada en madera oscura, con ojos grandes y penetrantes que parecían observar cada fibra de su ser. Un ser de pragmatismo puro.

—Ah, los pequeños Valmorth —dijo el Búho, su voz era profunda, resonante, como si viniera de las profundidades de un pozo, y completamente desprovista de emoción—. Ya sabía que vendrían. Mi "palomas" son rápidas, ya me habían informado de la reunión de su querida Matriarca con los ministros, y de la pequeña fuga. No necesitan presentar sus respetos, conozco su propósito.

John, siempre el primero en mostrar su impaciencia y su falta de tacto, se adelantó. —¿Dónde está nuestra hermana, Búho? ¿A dónde se fue? ¿Por qué hizo esto? ¿Y cómo fue que desapareció tan rápido? Mi madre está... molesta.

El Búho inclinó su cabeza enmascarada, un gesto que parecía una mofa. —Esas preguntas, mi joven señor, tienen un precio. Un precio... poco convencional.

—No hay problema con el dinero —intervino Costantine, la ironía clara en su voz—, el oro Valmorth es inagotable, el precio no es un obstáculo.

El Búho rió, un sonido áspero, como el graznido de un ave rapaz. —El oro es para los mortales que comercian con bienes terrenales, joven Valmorth. Mi moneda es otra. Para las respuestas que buscan, quiero un dedo de cada uno de ustedes.

Un silencio de muerte llenó la pequeña habitación. Los hermanos se miraron, la sorpresa y el horror palpables en sus rostros. Un dedo. ¡No!

—¡Estás loco! —espetó John, retrocediendo un paso, su voz aguda por el miedo, el color abandonando su rostro.

Costantine apretó la mandíbula, su mente trabajando a mil por hora, intentando encontrar una trampa, una salida. Los poderes regenerativos de su linaje hacían que la herida fuera temporal, sí, pero la propuesta era un insulto, una humillación.

Hiroshi, sin embargo, con la frialdad de un estratega que ve más allá de la indignación, fue el primero en reaccionar. Dio un paso adelante. —Acepto —dijo, su voz tranquila, su mirada fija en los ojos de la máscara. Era un riesgo calculado, un paso necesario para obtener el poder de la información.

El Búho rió de nuevo, un sonido más complacido esta vez. —Ah, qué previsibles son los Valmorth. Su "aceptación" es predecible, dado que su sangre lo arregla todo, ¿no es así? Su regeneración es muy aburrida, hace que los tratos con ustedes sean tan... unidimensionales.

Se inclinó ligeramente, la máscara del Búho parecía mirarlos con una inteligencia burlona. —Sin embargo, últimamente he adquirido un nuevo juguete. Mis "palomas" me han traído informes de África, de un lugar remoto donde han estado cayendo extrañas piedras del espacio. Estas rocas, al parecer, tienen una propiedad única. Impedirán que una parte del cuerpo se regenere por completo, por un tiempo prolongado, estamos hablando de meses. Y si se usa una gran cantidad, existe la posibilidad de que esa parte del cuerpo se pierda para siempre. Curioso, ¿no creen?

El Búho hizo un gesto con la mano. Un hombre enorme, enmascarado también, entró en la habitación llevando una bandeja. Sobre ella, un cuchillo. No era un cuchillo cualquiera. Su hoja era de un metal oscuro, casi negro, y brillaba con una luz tenue, antinatural. Los hermanos sintieron un escalofrío que no tenía nada que ver con la temperatura de la sala.

—Este cuchillo —dijo el Búho, su voz resonando con una satisfacción palpable—, está imbricado con estas piedras celestiales. Un simple corte... y la regeneración del linaje Valmorth se tomará unas largas vacaciones.

Hiroshi observó el cuchillo, su rostro una máscara de cálculo. La situación había escalado de forma inesperada. John palideció aún más, su mirada de horror se alternaba entre el cuchillo y el Búho. Costantine apretó los puños, la furia contenida, pero sabía que no tenían otra opción. La información de Ama Hitomi era primordial para Laila.

—¿Quién es el primero? —preguntó el Búho, su voz invitando a un juego macabro.

Hiroshi fue el primero en extender la mano. Era el más calculador, el que entendía el valor de la inversión. Con una calma inquietante, aunque el sudor perlaba su frente, colocó su mano sobre la mesa. El Búho tomó el cuchillo. Con un movimiento rápido y preciso, cortó limpiamente el dedo meñique de Hiroshi.

Un grito desgarrador se escapó de la garganta de Hiroshi, un sonido agudo y animal que contrastaba con su habitual compostura. La sangre brotó, espesa y oscura, y el meñique cercenado cayó sobre la mesa con un golpe seco y nauseabundo. La herida no se cerró, no se regeneró. La carne quedó expuesta, palpitante, una prueba brutal de la veracidad de las palabras del Búho.

John, al ver la herida abierta de su hermano, sintió un terror helado apoderarse de él. Él sería el siguiente. Su piel se erizó.

—Tú sigues, John —dijo el Búho, la máscara pareciendo sonreír.

John intentó retroceder, las lágrimas asomando a sus ojos. —No, por favor, no... —balbuceó, su voz quebrada.

Pero Costantine lo agarró por el brazo con una fuerza férrea y lo empujó hacia la mesa. —No seas un cobarde, John. Ya humillaste bastante a este linaje. No hagas más difícil esto.

John gimió, una mezcla de dolor y pavor. El Búho tomó su dedo con una mano enguantada y, con la misma fría precisión, cortó el índice de John.

Un aullido gutural y patético brotó de la garganta de John, un sonido de pura agonía y terror que llenó la habitación. La sangre brotó con más fuerza, la herida abierta y cruda, su mano temblaba incontrolablemente. La regeneración se había detenido.

Finalmente, el Búho se volvió hacia Costantine, que ya había colocado su mano sobre la mesa, su rostro pálido pero firme, su mirada de acero. No había temor, solo una resolución estoica, la amarga aceptación del precio. El Búho sonrió bajo su máscara.

—El más valiente, ¿o el más pragmático? —murmuró el Búho, y con un solo movimiento, cortó el dedo anular de Costantine.

Un grito ahogado escapó de los labios de Costantine, una expresión de dolor intenso que por un segundo rompió su fachada de hierro. La sangre brotó, y su dedo cercenado cayó junto a los otros dos. La herida, como las de sus hermanos, permaneció abierta, negándose a sanar. Los tres hermanos Valmorth se quedaron allí, con las manos chorreando sangre, el dolor físico eclipsado por el terror de una regeneración negada. El Búho había demostrado su poder, y el conocimiento venía con un precio que la sangre Valmorth no podía pagar con la misma facilidad de siempre.

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