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Chapter 3 - Capítulo 2: Dudas y entrenamiento

La noche caía lentamente sobre Nagasora, tiñendo de azul oscuro los tejados y los faroles encendidos. Desde la ventana de su habitación, Takeru Arashi observaba las luces titilantes de la ciudad.

El murmullo del viento agitaba las hojas del árbol frente a su casa. Estaba solo, sentado en el alfeizar, con las piernas colgando y la mirada perdida. En sus manos sostenía un cuaderno. El mismo que usaba para intentar organizar las ideas que le quemaban la mente.

Tenía que decidir: ¿intervenir y alterar lo inevitable, o mantener el curso y esperar lo peor?

No era la primera vez que se desvelaba.

Había imágenes, pensamientos, sensaciones que no podía explicar. Fragmentos de un futuro que aún no ocurría, pero que él recordaba con inquietante claridad. Ciudades destruidas, criaturas imposibles, dolor, fuego, gritos… y una extraña energía que se cernía sobre el mundo como una sombra.

«¿Por qué lo sé?», pensaba.

«¿Por qué veo lo que todavía no ha pasado?»

No sabía quién era antes de llegar a esta familia. Pero sí sabía algo.

No era normal.

—Si me mantengo al margen… tal vez ella viva una vida normal. Tal vez todo siga como debe… —murmuró para sí, aunque ni él creía esas palabras—. Pero si no hago nada, ¿no soy igual de culpable?

—¿Estoy siendo egoísta? —se preguntó en voz baja, apretando los puños.

A veces se preguntaba si tenía una misión. Si quizás había sido traído a este mundo con un propósito. Porque si aquellos recuerdos eran reales… alguien debía evitar lo que se avecinaba. Y si él lo sabía, aunque fuera solo un niño de siete años, entonces tal vez…

El recuerdo de Mei sonriendo mientras cocinaban le vino a la mente como un golpe al pecho. Esa niña, tan tranquila, tan fuerte… merecía algo más que convertirse en un arma del Honkai.

Un leve golpe en la puerta interrumpió sus pensamientos.

—¿Takeru? —La voz grave pero suave de su padre, Daigo Arashi, lo llamó con cariño.

El niño se incorporó rápidamente y se sentó en la cama, fingiendo normalidad mientras su padre abría la puerta y asomaba la cabeza, sujetando una taza humeante.

—Otra noche larga, ¿eh?

Takeru asintió sin responder de inmediato. No quería mentir… pero tampoco sabía cómo explicar la verdad.

—Tuve una pesadilla —murmuró al fin, bajando la mirada. Su excusa habitual. Ya la había usado demasiadas veces… pero su padre nunca le había presionado.

Daigo entró sin hacer ruido y se sentó a su lado, dejándole la taza en la mesa.

—No tienes que decirme todo si no quieres —dijo, mirándolo con ternura—. Pero sabes que estoy aquí, ¿verdad?

—Papá… —susurró, apenas audiblemente—. ¿Crees que algunas personas… nacen con una razón especial? Como si tuvieran que hacer algo importante… aunque todavía no sepan qué.

Daigo lo miró con sorpresa, pero no se rió. No lo trató como a un niño que fantasea.

—Sí. Lo creo. A veces, la vida pone a ciertas personas en caminos difíciles porque tienen una luz especial. Algo que los hace distintos. Tal vez no sepan cuál es su propósito todavía, pero llegará el momento en que lo entenderán. Y cuando llegue, deben tener el valor de seguirla.

Takeru sintió un leve temblor en las manos. ¿Eso era lo que él era? ¿Una pieza colocada en este mundo con un propósito? No tenía todas las respuestas…

—Gracias, papá —dijo al fin, con sinceridad. Era lo único que podía decir.

Daigo se levantó con una sonrisa y le revolvió el cabello con afecto.

—Intenta dormir un poco. Mañana puedes dormir un poco más si quieres. Ya hablé con Ryoma y dijo que también necesita descanso. Ese viejo zorro tiene más ojeras que tú —bromeó, caminando hacia la puerta.

—Ryoma… ¿el padre de Mei?

—Sí, el mismo. Siempre ocupado, pero siempre preguntando por ti. Te tiene aprecio, aunque no lo diga con palabras —añadió antes de salir y cerrar la puerta con suavidad.

Mientras salía, Daigo se detuvo un momento en el pasillo, aún con la mano en el picaporte.

Su mirada se perdió en la penumbra y su expresión se volvió pensativa.

"Takeru… Siempre fue un niño honesto, incluso algo despreocupado… pero después de conocer a Mei, cambió más rápido de lo normal. ¿Lo habrá inspirado esa niña? ¿O hay algo más que no alcanzo a ver?"

Suspiró con suavidad.

"Tiene solo siete años… pero a veces lo miro y siento que estoy hablando con alguien mucho mayor"

Con una mezcla de orgullo y preocupación, se alejó lentamente por el pasillo.

Dentro de la habitación, Takeru se quedó en silencio, mirando la taza sobre la mesa. Su padre no lo juzgaba, ni lo obligaba a hablar. Solo estaba allí.

Y eso bastaba para aliviar una parte del peso que llevaba dentro.

......

A la mañana siguiente, el dojo privado de la familia Arashi resonaba con el sonido de madera golpeando contra madera.

—¡Otra vez! —ordenó la voz firme de su instructor, un hombre de mediana edad, fornido y de mirada afilada como su katana. Se llamaba Gendo Fushimi, un veterano de las artes marciales tradicionales que rara vez elogiaba a sus alumnos.

Takeru dio un paso hacia adelante, flexionando las rodillas y girando la muñeca con precisión. Su espada de práctica trazó un arco veloz en el aire, chocando contra la de su maestro con fuerza inesperada para un niño.

Gendo frunció el ceño, retrocediendo un paso. Otra vez, pensó. Ese chico tenía una técnica demasiado refinada para su edad. Había comenzado a entrenar a los cinco años, por sugerencia de Daigo, que quería fortalecer su disciplina y cuerpo… pero lo que al principio parecía solo entusiasmo infantil, con el tiempo se transformó en determinación firme.

—Mantén el centro. No dejes que tus emociones interfieran —gruñó Gendo, preparándose para el siguiente movimiento.

—Lo intento —respondió Takeru, jadeando apenas. Su tono era sereno, pero su mirada ardía con una mezcla de determinación y conflicto interno. Cada estocada que daba, cada paso que marcaba en el tatami era también una forma de liberar la presión que le corroía por dentro.

El maestro atacó. Takeru lo esquivó por escasos centímetros, girando con la agilidad de alguien que había repetido esa técnica cientos de veces. Lo contraatacó con una velocidad que obligó a Gendo a bloquear con ambas manos.

—¡Basta por hoy! —ordenó el hombre, retrocediendo con un movimiento seco—. Ya es suficiente.

Takeru bajó la espada lentamente. Su respiración se estabilizaba con rapidez. No había sudado en exceso, pero su corazón latía con fuerza.

—Maestro Gendo… ¿Puedo hacerle una pregunta?

El instructor lo miró con severidad, pero asintió.

—¿Usted cree… que uno puede cambiar su destino? Aunque ya esté escrito.

Gendo lo observó en silencio durante unos segundos. No era una pregunta que esperara de un niño. Pero con Takeru, ya no lo sorprendía tanto.

—No sé si el destino puede cambiarse —respondió al fin—. Pero sí sé que quien afila su voluntad, puede cortar incluso las cadenas más fuertes. ¿Por qué preguntas eso?

—Solo… curiosidad —respondió Takeru con una leve sonrisa que no llegaba a sus ojos.

A medida que Takeru entrenaba bajo la atenta mirada de Gendo, no solo perfeccionaba su técnica con la espada, sino que también aprendía a sentir y canalizar una energía interior, un flujo invisible pero poderoso que los maestros llamaban Qi.

Daigo, su padre adoptivo, había insistido en que el entrenamiento no fuera solo físico, sino también espiritual. Por su pedido, la familia Arashi le enseñó a controlar el Qi, esa antigua energía ancestral que fortalece el cuerpo, agudiza la mente y purifica el espíritu. Gracias a esa tradición viva, Takeru aprendió a canalizar su energía interior y a encontrar equilibrio entre cuerpo y mente.

Gendo, aunque rudo y exigente, reconocía que Takeru tenía un don especial para sentir ese flujo de energía. Por eso, más allá de las técnicas de espada, dedicaba tiempo a guiarlo en ejercicios para cultivar el Qi, enseñándole a respirar profundamente, a centrar su mente y a mover su cuerpo en armonía con esa fuerza vital.

Gendo observó cómo Takeru recogía su espada y seguía entrenando. Sacudió la cabeza con una mezcla de frustración y admiración.

—Ojalá hubiera más alumnos como tú —murmuró para sí mismo—. Mi trabajo sería mucho más fácil.

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