Como Kallen no podía estar siempre con ella (y nunca era del tipo que aparecía en el momento justo como un héroe de cuento de hadas), Kushina aprendió a valerse por sí misma.
Y lo hizo muy bien.
Al principio, algunos intentaron provocarla como si fuera un juego.
«Pelirroja», «rara», «chica rara del clan».
Siempre había alguien a quien le parecía gracioso.
Cada vez que alguien abría la boca para llamarla «tomate», terminaba convertida en papilla... papilla de tomate. Literalmente.
Un puño. Una patada. A veces ambos.
Pero aprendieron.
Kushina no se encogía.
No bajaba la cabeza.
No lloraba.
Ella golpeaba.
Golpeaba fuerte.
Y lo hacía con una expresión tan seria que más de uno llegó a preguntarse si acaso los rumores eran ciertos...
¿Y si sí tenía algo de demonio dentro?
Con el tiempo, dejaron de llamarla "tomate".
Y empezaron a llamarla otra cosa.
—¡Cuidado, ahí viene el habanero rojo!
Sí, ese fue el nuevo apodo.
Y si alguien se atrevía a decir que no podía ser Hokage por ser "una chica", o por tener "el cabello equivocado", o por venir de un clan "raro"...
Bueno, lo aprendían a golpes.
No tardó en ganarse una especie de respeto incómodo.
La dejaban en paz.
Se apartaban cuando pasaba.
Susurraban cosas, pero con cuidado.
Porque, aunque Kushina tenía mal genio y los puños siempre listos, no era una amenaza cualquiera.
Era una Uzumaki.
Y aunque no todos lo dijeran en voz alta, sabían lo que eso significaba.
Ni Mito, ni el clan Uzumaki permitirían que se metieran con ella como si nada.
Los que la molestaban eran callados. Rápido. A veces por los maestros. A veces por los propios adultos del clan.
Pero la mayoría... por ella misma.
Ese día, Kushina estaba distraída mirando por la ventana, con la mente lejos.
Entonces Kallen se acercó en silencio.
Se inclinó un poco y le susurró al oído:
—¿En qué piensas?
Sintió su aliento leve contra la piel, suave, casi como una brisa.
Y por alguna razón... no lo apartó.
—Nada importante
Las clases continuaron como siempre.
Monótonas, con algún que otro ejercicio de chakra que la mitad del salón no sabía cómo hacer.
Kushina, por supuesto, sí.
Aunque no lo dijera en voz alta, tenía una afinidad natural.
Y aún así, nadie se acercaba mucho a ella.
Era como si llevara un cartel invisible que decía "peligro" o "no tocar".
Bueno… todos, menos Kallen.
Él no hablaba más de la cuenta, no hacía preguntas innecesarias.
Solo estaba ahí.
Y eso era suficiente.
Ese día, durante el recreo, Kushina se sentó en el muro bajo que rodeaba el campo de entrenamiento. Las piernas colgando, las manos apoyadas detrás de ella.
Kallen llegó un poco después.
Se sentó a su lado, sin decir nada.
Estuvieron en silencio por un rato, mirando a los demás correr, jugar, gritar.
Se dejó caer hacia atrás, apoyando la espalda en el muro, los ojos entrecerrados por la luz del sol.
—¿No te molesta? —murmuró después de unos segundos.
—¿Qué cosa?
—Que digan cosas de mí. Que me llamen "habanero rojo", o que susurren cuando paso.
Kallen tardó en responder. Se acomodó un poco, como si pensara bien sus palabras antes de decirlas.
—No. Pero me molesta que a ti te moleste.
—¿Y por qué te importaría eso?
Kallen se encogió de hombros.
—No lo sé. Pero me importa.
Y ya. Lo dijo como si fuera la cosa más sencilla del mundo.
Ella bajó la mirada, un leve calor subiéndole al rostro.
No estaba acostumbrada a eso.
—Tú eres raro.
—Ya lo habías dicho.
—Sí, pero es que lo sigues siendo —dijo ella, cruzándose de brazos mientras balanceaba las piernas en el aire.
Kallen no respondió enseguida. Sacó una pequeña manzana de su bolsa la giró un poco entre los dedos y luego se la ofreció a Kushina
—¿Quieres?
—¿Me estás ofreciendo una manzana entera? —preguntó ella, medio sorprendida.
—¿Esperabas que te diera una mordida de la mía?
—No sé... contigo uno nunca sabe.
Kallen se encogió de hombros, sin molestarse.
—Tengo otra si no te gusta esa.
—¿Siempre llevas fruta de sobra?
—Siempre espero que alguien tenga hambre.
Kushina la tomó, la miró con desconfianza exagerada, y le dio un mordisco con cara de "te estoy vigilando".
—No está mal. Aunque... esperaba algo más épico. ¿Dónde está el ramen?
—En mis sueños. Y en los puestos de Ichiraku.
—Bah. Mal ninja. Poco preparado.
Kallen la miró de reojo.
—Me voy, se hace tarde. Minato debe estar esperándome.
—¿Te acompaño?
-All right...
Kushina levantó la vista, pero no dijo nada. Se puso de pie y siguió a Kallen, dejando atrás el campo de entrenamiento.