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Chapter 2 - Capítulo 2 :’’Encuentros en el Fénix Carmesí”

Sentada en tu trono, tus pensamientos se debaten entre lo que fue y lo que será. Has decidido tomar lo que deseás sin dar explicaciones. Alzás la voz con autoridad y mirás a uno de tus súbditos:

—¡Organizá una fiesta grandiosa y gloriosa para coronar a la Reina Ardiente que soy... —exclamás con fuego en la mirada—. Mandá invitaciones a todos los hombres más guapos y fuertes del continente. Tengo intenciones de casarme, y quiero saber si entre ellos hay alguien digno de mí.

Así nace el Baile del Fénix Carmesí.

Cuando llega el gran día, el Palacio Imperial resplandece con columnas forradas en terciopelo rojo, candelabros dorados y pétalos de flores carmesí flotando en fuentes de cristal. Músicos tocan melodías sensuales, y danzarinas envueltas en telas traslúcidas giran como llamas vivas.

Asisten nobles de todos los reinos, pero también una multitud de hombres, movidos por la curiosidad. ¿Quién osa desafiar las normas, crear un imperio desde cero y proclamar sus propias leyes? Vos.

Escuchás los murmullos antes de tu entrada. Las mujeres más tradicionales contienen su rabia al verte aspirar a varios esposos. Algunos hombres murmuran entre sí, desconcertados… pero fascinados.

Con paso firme, descendés las escaleras con un vestido imperial, sensual y elegante, que abraza tu figura como si la tela misma estuviera enamorada de vos. Ni un solo hombre es capaz de apartar la mirada.

Te sentás en tu trono, y con la serenidad de una diosa, observás en silencio. Esperás a que algo —o alguien— despierte tu atención.

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Escena 1

Primero llega Soren, el Guardián Celestial.

La música vibra, el fuego danza.

Entre la multitud se abre paso un hombre alto, de andar relajado y sonrisa provocadora. Sus ojos azul celeste brillan con osadía mientras se aproxima con confianza.

Se planta frente a vos, observando cada uno de tus gestos como si estudiara una profecía.

—Emperatriz Lorena —dice con un tono juguetón—, dicen que tu fuego puede consumir imperios. Pero ahora mismo... yo soy quien quiere encender esa llama.

Lo mirás con un destello helado en la mirada.

—Si quemás demasiado fuerte, podrías quedar en cenizas.

Soren sonríe, encantado por el peligro.

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Luego aparece Raizel, el Guerrero Brillante.

Su presencia corta el aire.

Camina con paso firme, joyas tintineando con cada movimiento. Sus ojos rosa vibrantes se clavan en vos como una promesa de guerra y deseo.

—He oído historias de la emperatriz que desafía al mundo. Ahora veo que son ciertas. Pero la pregunta es… ¿qué estás dispuesta a sacrificar para mantener ese fuego?

Con una media sonrisa, girás lentamente el rostro.

—No sacrifico nada que valga menos que mi vida.

Raizel guarda silencio. Está cautivado por tu seguridad.

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Por último, Kairo, el Hechicero de las Sombras.

Desde un rincón oscuro se revela su figura.

Alto, elegante, silencioso. Camina como una sombra que decide mostrarse. Sus ojos verde esmeralda brillan con una inteligencia peligrosa.

—Dicen que detrás del fuego hay oscuridad —susurra con voz grave—. Pero yo prefiero conocer la sombra que arde... antes que la luz que ciega.

Lo observás sin emoción, pero con interés calculado.

—Quizás prefiera que la oscuridad me consuma... antes que vivir a la sombra de otros.

Kairo asiente. Una sonrisa lenta se dibuja en sus labios.

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La fiesta termina y los invitados se retiran.

De regreso en tu aposento, te recostás en tu cama imperial. Tus pensamientos giran en torno a los tres hombres que lograron romper la monotonía.

—No fue tan aburrido como pensaba... —susurrás, jugando con una joya entre los dedos—. Esos tres llamaron mi atención. Será divertido descubrir qué estarían dispuestos a hacer... por mí.

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Pasados unos días, volvés a tu rutina de gobernante.

Tu corona no fue un regalo. Vos fundaste este imperio con tu ambición, tu poder, y tus propias reglas. Nada te fue otorgado, todo fue tomado.

Una tarde, descansando en el jardín real —rodeada de flores exóticas, fuentes de mármol y aves de colores— recordás las miradas, las palabras y las energías de esos tres hombres. Tan distintos... y sin embargo, todos útiles.

Llamás a tu ama de llaves y le entregás tres sobres con tu sello personal.

—Enviá estas cartas. Deciles que vengan este fin de semana... si realmente desean tener mi atención.

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