La familia Starwind ingresaba por las puertas del majestuoso Reino de Arcadia. El gran portón de hierro, completamente abierto, era custodiado por soldados en armadura brillante, firmes como estatuas vivientes. No eran los únicos que cruzaban la entrada: varios carruajes hacían fila para pasar, mientras ciudadanos a pie entraban charlando animadamente.
Para Ash y Kai era la primera vez que veían el reino desde dentro… y sus rostros lo decían todo. Tenían los ojos brillantes, llenos de asombro, mirando de un lado a otro como si no quisieran perderse ni un solo detalle. Su padre, Ragnar, avanzaba con porte firme, sonriendo al ver la reacción de sus hijos.
Apenas cruzaron, Ragnar comenzó a buscar un lugar donde estacionar el carruaje. Mientras tanto, los sonidos del reino los envolvían: niños corriendo y riendo entre ellos, hombres y mujeres conversando, otros discutiendo a carcajadas o vendiendo productos. El suelo, empedrado con lozas antiguas, crujía bajo los pasos. Las casas de madera —algunas con chimeneas humeantes— se alzaban a los lados, rústicas pero acogedoras.
Ash no podía dejar de observar. Todo le recordaba a los mangas de fantasía que solía leer en su otra vida: muros que protegían las viviendas, patrullas de soldados resguardando el orden… y al fondo, entre la bruma y el sol, se alzaba el castillo real. No era tan imponente como había imaginado, pero verlo en persona lo llenaba de una emoción indescriptible.
Y si tenían suerte… quizás podrían conocer al mismísimo héroe del reino.
—Primero quiero llevarlos a probar una buena comida —dijo Ragnar mientras desmontaba con entusiasmo—. Ese restaurante de allá… es pura calidad. ¡Jajaja!
—¡SÍIIII! —gritaron los hermanos al unísono, brincando como niños en una feria.
Su primer destino al llegar al reino fue dar un paseo por el mercado que justamente estaba el famoso restaurante sugerido de Ragnar.
El apellido Starwind era muy reconocido por la zona. En el restaurante, fueron recibidos con cortesía y guiados a una mesa especial. Ragnar pidió la recomendación del chef: el mejor plato para disfrutar en familia.
Minutos después, los hermanos miraban con ojos brillosos una deliciosa pechuga de pollo acompañada de arroz, frejoles y una fresca ensalada. Para Ragnar, un enorme vaso de cerveza; para Ash y Kai, dos vasos bien servidos de un refresco dulce y espumoso.
La comida fue un festín. Kai se atragantaba por comer demasiado rápido, mientras Ash saboreaba cada trozo de pollo con calma. Ragnar los observaba en silencio, orgulloso, sonriendo al verlos disfrutar.
Cuando terminaron, agradecieron al personal. Para su sorpresa, el festín había sido cortesía de la casa. Nadie quería cobrarle nada a la familia Starwind.
Continuaron su recorrido y visitaron las herrerías, atendidas por fornidos enanos de largas barbas, quienes, curiosamente, no soltaban el martillo ni siquiera para saludar. Vieron una variedad impresionante de armas, todas con diseños únicos y acabados brillantes.
Siguieron hacia el mercado. Había puestos de pulseras, ropa de cuero y tela fina, verduras, frutas, panes y objetos curiosos. De paso, compraron algo de fruta para picar y bebidas para refrescarse. La estaban pasando muy bien.
Kai casi se pelea con un frutero por lo que consideraba un precio "absurdamente inflado". Ash tuvo que tirarle de la camisa para alejarlo, justo antes de que intentara comprar todos los juguetes de un solo puesto.
Todo terminó con Kai saliendo disparado hacia los baños, llorando por una sopa que había pedido sin saber lo picante que era.
Las locuras de Kai… siempre tenían su propio ritmo.
Pasaron muchas horas en el mercado. La variedad que ofrecía cada puesto era única: frutas exóticas, armas forjadas por enanos, ropas de seda, collares con minerales que brillaban bajo el sol… Todo parecía un mundo aparte, lleno de vida, aromas y colores.
Pero era momento de seguir avanzando.
El camino los llevó hasta el castillo del rey.
A los ojos de los hermanos, era simplemente hermoso. Tenía un diseño majestuoso y original, como salido de la imaginación de Ash. Para Kai, no era solo un castillo: parecía un palacio sacado de leyendas, el tipo de lugar donde uno querría perderse explorando cada pasillo y descubriendo cada secreto.
La estructura se alzaba con una elegancia imponente. Construido con bloques de piedra beige, combinaba perfectamente fortaleza y realeza. Al centro, una gran puerta arqueada de madera destacaba por sus detalles de hierro forjado. Encima de ella, un escudo rojo con un león dorado rampante —símbolo del linaje real— brillaba bajo la luz del mediodía.
A ambos lados, torres cilíndricas se elevaban con ventanas estrechas y alargadas, coronadas por techos cónicos de tejas rojas con detalles dorados que resplandecían como fuego. En el corazón de la estructura, una torre cuadrada más alta emergía del edificio principal, con vitrales oscuros de arco apuntado. Su cúpula culminaba en una flor de lis dorada: el emblema de la corona.
Todo el conjunto estaba rodeado por jardines bien cuidados y arbustos simétricamente podados.
Desde el segundo piso del castillo, un joven observaba en silencio por una de las ventanas. Su rostro mostraba una mueca de desagrado. Exhaló aire por la nariz con un sonido sutil, casi burlón:
—Kff...
La familia Starwind no se dio cuenta. Había demasiado por ver, y Ragnar les propuso descansar un rato antes de dirigirse al siguiente destino: la academia.
—Primero, vamos a sentarnos un poco en la plaza —sugirió con calma—. Luego, iremos a conocerla.
Los hermanos no lo dudaron. Salieron corriendo hacia la plaza por la que ya habían pasado antes.
Ragnar se sentó en una banca, observando a sus hijos mientras conversaban con emoción.
—Padre, este lugar es increíble —dijo Ash, girando sobre sí mismo para ver cada rincón—. ¿Por qué nunca nos habías traído antes?
Ragnar no respondió de inmediato. Sus ojos se perdieron brevemente en el cielo, recordando una vida que había dejado atrás. Finalmente, sonrió.
—Porque antes… no estaban listos.
Ash, curioso, desvió la mirada hacia el centro de la plaza, donde una gran fuente adornaba el espacio. A un lado de esta, una estatua de piedra lo observaba con presencia solemne.
—Padre... esa estatua, ¿fue de alguien importante? ¿Acaso de un antiguo rey?
Ragnar se recostó un poco en la banca, apoyando los brazos sobre el respaldo.
—Fue el antiguo héroe, antes de Ezra. Murió salvando muchas vidas… en un acto de verdadero heroísmo.
—¿¡En serio!? ¿Y cómo fue? —preguntó Ash, sus ojos brillando de interés.
Ragnar se acomodó, dispuesto a contar la historia. Pero antes de comenzar, notó por el rabillo del ojo que Kai se acercaba a la fuente.
O eso creyó.
En realidad, su mirada se desvió hacia otra escena… donde un joven parecía estar siendo rodeado por varias chicas.
Kai tuvo la intención de acercarse al grupo… pero los nervios le ganaron y prefirió sentarse.
O eso pensaba, hasta que tropezó con una piedra semicircular y cayó directo dentro de la fuente.
El impacto levantó un gran chorro de agua que empapó por completo a las damas que estaban con el joven. Ellas gritaron y se alejaron indignadas, intentando cubrirse mientras se retiraban apresuradamente para cambiarse de ropa.
Ragnar y Ash corrieron hacia Kai de inmediato, pidiendo disculpas a todos los presentes, entre los murmullos furiosos de las chicas. Sin embargo, el joven que las acompañaba simplemente sonreía.
—Disculpe el atrevimiento de mi hijo —dijo Ragnar, haciendo una leve reverencia.
—Mi hermano es un tonto —añadió Ash con sinceridad.
—¿¡Qué!? ¡Pero si me resbalé, fue un accidente! ¿Por qué me culpan? ¡Impostores! —respondió Kai exageradamente, agitándose como si estuviera siendo juzgado injustamente.
—Jajaja, no se preocupen. En realidad, quería escapar de ellas... y este niño me dio la excusa perfecta. Muchas gracias, mejor dicho —comentó el joven, soltando una risa genuina.
El ambiente se relajó. Las chicas ya se habían ido, y al joven no le importaba estar empapado. De hecho, parecía aliviado.
—Disculpe… ¿cuál es su nombre? —preguntó Ragnar, sintiendo que le resultaba familiar.
—¡Qué falta de respeto no presentarme! Me llamo Ezra Grimoire, el héroe de este reino. Un placer —respondió con una inclinación cortés.
Ash parpadeó. Ya sospechaba de su identidad antes de que lo dijera, pero al confirmarlo… sus dudas desaparecieron. Lo que sí le parecía extraño era lo educado y amable que se mostraba, muy distinto a como lo describió su padre.
—¡Sabía que te conocía de algún lado! Gran héroe, yo soy Ragnar Starwind. Y ellos son mis hijos, Ash y Kai. El placer es nuestro —dijo Ragnar, feliz de reencontrarse con él.
—Por favor, no seas tan formal. Solo dime Ezra —respondió el joven, rascándose la cabeza con cierta incomodidad.
—¿Así que tú eres el famoso héroe? No das tanto miedo como dice mi pa... —alcanzó a decir Kai, antes de que Ragnar le tapara la boca con una mano.
—Shhh... Cállate —susurró entre risas, incómodo—. No le hagas caso, joven Ezra.
—Jajaja, ha pasado bastante tiempo desde la última vez que te vi, Ragnar. Supe que te casaste y dejaste el reino para vivir tranquilo. Espero mucho de tus hijos —dijo Ezra, tratando de conectar con su viejo amigo.
—De eso ni te preocupes —intervino Kai con orgullo—. Mi hermano y yo somos muy fuertes. ¡Y seremos aún más para convertirnos en los nuevos héroes del reino!
Ash, por su parte, seguía observando en silencio al héroe. Lo analizaba todo: su cabello rubio medio largo, sus ojos azules, su armadura con detalles dorados y plateados… pero sobre todo, su espada.
El mango tenía la forma de un león con la boca abierta, y desde allí salía la hoja envainada.
—Héroe Ezra… ¿me dejas ver tu espada? ¿Sí? ¿Sí? ¿Sí? —preguntó Ash, sin rodeos.
Ezra negó con la cabeza, pero el gesto no fue cortante. Luego empezó a hablar del pasado, de su entrenamiento, de cómo conoció a su esposa… y cómo cambió gracias a ella. Ragnar también compartió su historia, y los hijos escuchaban atentos.
Ash, sin quitar la vista de la espada, notó que empezó a brillar.
—¡Ahh! ¡Casi me quedo ciego! —exclamó, rascándose los ojos.
—Oye, héroe… tu espada está brillando demasiado… ¿qué pasa? —preguntó Kai, acercándose curioso.
—Ash... Kai... comportense —susurró Ragnar, claramente incómodo.
—No se preocupen —dijo Ezra, sonriendo… aunque por dentro, algo no cuadraba.
"Esto no debería estar sucediendo...""La espada solo brilla cuando…""¿Acaso este niño…?""No. No puede ser. Es imposible. Porque yo..."
Sus pensamientos se cortaron cuando unos guardias se acercaron para informarle que debía presentarse en el castillo.
Ezra se despidió de la familia Starwind con una sonrisa y prometió volver a verlos en otra ocasión. Sin perder el tiempo, se fue corriendo con los soldados hacia el castillo... aunque, en realidad, también huía de las damas que ya regresaban con ropa nueva.
Los hermanos también corrieron al verlo marcharse, sabiendo perfectamente que Kai tenía la culpa de que aquellas chicas se hubieran ido a cambiarse. ¡Y ahora estaban perdiendo la oportunidad de seguir hablando con Ezra!
—¡Tú tuviste la culpa! —reprochó Ash mientras corrían.
—¡Sí, pero fui yo quien tocó la espada y tú no! —presumió Kai, sacándole la lengua con orgullo.
Ash lo miró con rabia.
—Te las vas a pagar...
Y así, entre gritos, risas y persecuciones fraternales, continuaron corriendo por la avenida principal del reino… hasta que se detuvieron de golpe.
Frente a ellos se alzaba la prestigiosa academia ArcanoBlade.
Majestuosa, imponente.
Era una estructura de estilo gótico-mágico, con torres que tocaban el cielo despejado. Las tejas oscuras de los techos brillaban suavemente bajo la luz del sol, reflejando destellos azulados como si estuvieran encantadas. Una gran cúpula central de cristal mágico coronaba el edificio, filtrando los rayos solares en tonos celestes que vibraban en el aire con una energía arcana palpable.
La entrada principal estaba formada por una enorme puerta de roble, tallada con símbolos antiguos que brillaban débilmente. Sobre ella, una ventana circular con vitrales azules mostraba el emblema de la academia: una espada envuelta en llamas y rodeada de estrellas.
Las escaleras de piedra pulida relucían, como si alguien las limpiara con esmero cada mañana.
A los lados del edificio, altos muros decorados con gárgolas y estatuas de antiguos sabios observaban con solemnidad. Eran los custodios del conocimiento. Y detrás, se intuían jardines vastos, caminos de piedra y pabellones que se extendían más allá de la vista.
Todo allí hablaba de historia, poder, respeto y sabiduría.
Y aunque no había una sola luz encendida —el cielo resplandecía con claridad—, el ambiente estaba cargado de magia.
No hacía falta verla.
Se sentía.
—¿Aquí es donde estudiaremos, padre? —preguntó Kai, con los ojos brillando de emoción.
—Vaya… si nos alejamos un poco, desde ese punto podemos ver el enorme campo de entrenamiento que hay detrás —añadió Ash, con una sonrisa analítica.
Ragnar, con ojos aguados, los abrazó a ambos.
—S-Sí… esta será su nueva vida académica… ¡Nos abandonarán… qué malos! —exclamó, fingiendo llorar mientras acariciaba a sus hijos entre sollozos teatrales.
Kai no paraba de reír, abrazando a su padre mientras decía entre carcajadas:
—¡Ya basta, viejo! ¡No llores más, pareces un niño!
Ragnar fingía sollozar aún más fuerte, mientras acariciaba la cabeza de sus hijos con teatral dramatismo.
Ash, en cambio, se mantuvo en silencio. Había dejado de reír.
Estaba de pie, mirando fijamente a la academia.
Sus ojos reflejaban algo más que asombro.
Reflejaban propósito.
Este mundo… tiene mucho más de lo que imaginaba.
Y aunque por dentro aún guardaba el anhelo de volver a casa algún día… también sabía que cada paso lo acercaba más a algo importante.
A algo que todavía no comprendía por completo… pero que sentía.
Un nuevo capítulo estaba por comenzar.
Uno donde no solo se forjan espadas… sino también destinos.
Y así, con la luz del atardecer bañando las torres de la academia ArcanoBlade, Ash dio un paso al frente.
Y en silencio… sonrió.